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La normalización de la corrupción. Un ideal destructivo

La normalización de la corrupción. Un ideal destructivo

La normalización de la corrupción

Transparencia por Colombia emitió una calificación al Gobierno Duque que lo ubica en un bajo nivel en la lucha contra la corrupción.

Y de hecho, con cifras que superan los billones de pesos, nuestra nación sigue desangrando el presupuesto de los municipios y departamentos y desviando los recursos al bolsillo de particulares que solo buscan privilegios individuales cubiertos bajo la mirada complaciente de una administración que se permite todo tipo de arbitrariedades mediante una legislación permisiva e inocua.

Pero más allá de las cifras y las estadísticas, existe otra consecuencia que a corto plazo generará más perjuicios. Se trata de lo que me atrevo a denominar “normalización de la corrupción como conducta de vida”.

La sociedad colombiana ha venido sufriendo una crisis moral que supera cualquier expectativa, hasta el punto que grandes líderes políticos han sido desenmascarados por conductas irregulares que ponen al Gobierno a la cabeza como modelo de corrupción, y nada sucede.

A raíz de ello, las personas están percibiendo que la única manera de alcanzar un “status” profesional y laboral es a través del engaño.

Se perdió la confianza en los líderes, en las instituciones públicas e incluso en la ética misma porque perciben que la corrupción se extiende y los sujetos inmersos en ese tipo de conductas no responden por sus actos.

En un país como el nuestro es muy fácil falsificar una firma, falsificar un resultado, sobornar, pagar a terceros para que con cámaras ocultas y soportes tecnológicos los alumnos pasen pruebas virtuales de idioma extranjero y puedan obtener un título universitario sin que la institución se dé cuenta del engaño y hasta plagiar una tesis de grado.

Y esas nuevas generaciones, apegadas al nuevo modus operandi consiguen, en retribución a la falsedad, oportunidades y privilegios a los que no acceden quienes de manera ética y legítima logran alcanzar sus metas, generando una erosión moral que desmorona rápidamente la base sobre la cual se construye una sociedad progresista.

Se pierde el horizonte porque ya no tiene sentido el crecimiento a través del trabajo duro y la innovación, sino que se juzga la vida a partir de los beneficios que puedan obtener.

Angélica Gantiva
Comunicadora Social y Periodista
Universidad de La Sabana

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